Aquella tranquila mañana de cielo azul y agradable temperatura, demasiado suave para ser de febrero, todo era calma y sosiego en el barrio residencial de La Alameda, nada hacía presagiar el tremendo desbarajuste que se iba a producir. Todo empezó a las diez de la mañana en un sexto piso de una de sus muchas torres, allí vivían los protagonistas de la inquietante historia: un matrimonio mayor, alrededor de los ochenta, y su hija.
-Buenos días a todos y adiós que llego tarde a mi entrevista.
-Hija, siempre vas con la hora pegada y sin desayunar.
-Mamá, no empieces con tus sermones, llego a tiempo y ya tomaré algo por ahí.
-Hola a todas. ¿Habéis dormido bien? Yo, como un bebé, tengo mucha suerte con mis ochenta años largos y dormir así, me encuentro como un chaval.
-Vamos, marido, para eso te haría falta un oído nuevo.
-Tienes razón, eso me martiriza, además el “zonotote” no me sirve para nada ya.
-Sí, es una lástima pero, a pesar de eso, no dejes de usarlo, oyes mejor. Vamos a desayunar porque tengo que salir.
-Yo no saldré hoy, estoy terminando un libro sensacional.
-Me parece bien, te quedas de amo de casa.
Desayunan haciendo comentarios sobre temas intrascendentes, no demasiados porque, para hacerse entender, ella tiene que gritar de manera desagradable y a él entonces el célebre aparato le resulta insoportable por los ruidos que hace.
-Me marcho ya, procura estar pendiente de la puerta y el teléfono.
-Está bien, te acompaño. ¿Tardarás mucho en volver?
-Olga llegará antes, pero yo tardaré un poco más, la conferencia empieza a las doce y tengo que ir al centro.
– ¿Qué tema trata?
-Un clásico: “la violencia de género”, pero dice que visto con ojos nuevos.
Se despiden en el rellano con un cariñoso beso y él entra en casa dispuesto a leer y a disfrutar de ello. Mientras se prepara para hacerlo se dice: “son admirables las mujeres, además de esas pesadas tareas, que aburren y fatigan a un elefante, tienen humor para ir a una conferencia, son diferentes a los hombres que, como decía mi madre, solo sabemos hacer un oficio”.
Al fin abre su libro, empieza a leer y se olvida de todo lo que le rodea.
Olga regresa a casa contenta, la entrevista ha sido un éxito, ella tiene un buen trabajo, pero sus aspiraciones no tienen límite, quiere cambiar y mejorar. Está casi llegando a casa cuando se le ocurre comprar pasteles y vuelve a bajar. Sube y no puede abrir la puerta. ¿Qué ha podido pasar? Al poco se hace la luz, su padre dejó la llave puesta por dentro, horror de los horrores.
Empieza a golpear la puerta sin piedad. Nada, no la oye. Coge el teléfono móvil y lo deja sonar hasta agotar la batería. Nada. Llama desde el fijo de una vecina hasta cincuenta veces seguidas. Nada.
Se asusta, ha podido repetirle a su padre la angina de pecho y avisa al SAMUR. Casi al mismo tiempo que él llega su madre, que se impresiona al ver además tres coches de policía, dos de bomberos y dos ambulancias.
El caso les había parecido de importancia. La gente, curiosa ella, empieza a reunirse ante el edificio y lanza los juicios más disparatados.
-¿Qué ha pasado? pregunta la mayoría. Y he aquí las respuestas.
-Nada, los peruanos del cuarto, si estaba cantado, esto tenía que pasar, pero como a las mujeres no nos hacen caso.
-Pero al final, ¿qué ha sido?.
-Es que no tenía arreglo, era una pareja rara.
-Eso lo ha dicho usted veinte veces, pero ¿qué ha ocurrido hoy?
-Oiga, es que eso no lo sabe nadie todavía, yo digo mi parecer.
-Entonces cállese y no haga juicios temerarios.
-A mí me han dicho, empieza otra, que se lo oyeron contar a su hija, que al señor le dan ataques y temen que en uno se quede.
-Pero ustedes, ¿conocen a la familia, son vecinas del bloque?
-No, vivimos tres calles más arriba, pero esas cosas se saben, corre la voz.
-Perdone, es que no estoy puesta en estas faenas. Adiós.
-Qué antipática, ¿la conocía usted? porque yo no y dudo que sea del barrio.
-Parece que conoce usted a todo el mundo, señal de que frecuenta la calle.
-Por Dios, qué dice, si yo con la artrosis casi no salgo, es que se oyen los comentarios.
-Vamos, que cada barrio tiene su “telediario” o algo así. Ahora me explico lo que pasa, si nadie se ocupa de la vida ajena, es que se la cuentan.
Mientras tanto arriba en el piso 6º B aumenta la angustia, el hombre que está dentro no responde a las mil y una llamadas, los técnicos temen lo peor y deciden que un bombero se descuelgue desde la terraza superior para tratar de llamar a través del cristal su atención. Entre los eficientes bomberos también hay un diálogo.
-¿Quién va a realizar el trabajo? pregunta el jefe de grupo.
-Robles es el que más experiencia tiene en casos de este tipo.
-Pero acaba de incorporarse después de una lesión importante, es arriesgado.
-Yo me ofrezco voluntario, dice Sánchez.
-Adelante, ordena el jefe de grupo y ¡buena suerte!
La vecindad colabora facilitando la tarea. Al cabo de un cuarto de hora más o menos el bombero accede a la terraza y ve físicamente al hombre que buscan, los intercomunicadores empiezan a funcionar.
-¿Qué hay, Sánchez?
-Veo a un hombre sentado ante una mesa, aparentemente leyendo.
-Llame su atención con golpes.
-No responde a ese estímulo, ni al más fuerte.
-De acuerdo, recurriremos al luminoso, le mandamos un foco.
-Me parece lo más oportuno, adelante.
Aparece en la terraza otro bombero con un foco de tamaño considerable que hábilmente hace llegar a su compañero al mismo tiempo que le pregunta:
-¿Encuentras normal el color de la cara?
-Yo creo que sí, parece muy concentrado en lo que lee simplemente.
-Más vale que sea así, estoy cansado de ver cosas desagradables.
-Tienes razón. Voy a probar con la luz y terminamos.
Se acerca a la ventana, enciende el foco y hace que el potente haz de luz que emite caiga directamente sobre el libro que nuestro hombre sostiene en las manos apoyadas sobre la mesa. Al deslumbrarle la luz, parpadea y mira, como desorientado, alrededor. Sánchez suspira con alivio y comunica con su grupo.
-¿Qué aspecto presenta?
– Se encuentra en perfectas condiciones, por lo menos aparentemente.
-El grupo que ha estado pendiente del rescate aplaude.
-Robles, por favor, diga a la familia lo ocurrido y que suban al piso.
-De acuerdo, jefe.
-Méndez y Díaz, acompáñenlos para protegerlos de los curiosos.
Los servicios sanitarios y policía se acercan a los bomberos, los felicitan y todos juntos se dirigen al piso 6º B. Veamos como termina el suceso. En el ya famoso piso tienen lugar dos hechos bien distintos: el encuentro de nuestro protagonista, primero con el bombero y luego con su asustada e irritada familia, de todo lo cual no entiende nada.
En el primer caso, él lee tranquilamente y un molesto rayo de luz le interrumpe, se levanta un poco desorientado y ve un bombero en su terraza.
Ni por un momento se le ocurre pensar en fuego ni en peligro, él es ante todo educado, por eso abre la ventana y dice algo que puede parecer burla a quien está al tanto del caso.
-Buenos días, señor, ¿puedo ayudarle en algo?
-Disculpe, yo soy el que viene para ayudarle a usted.
-¡A mí!, estoy perfectamente, hecho un chaval.
– Más vale así, necesitará toda su energía para calmar a su familia.
-¿Yo? Si pasé la mañana leyendo ¿Qué hice mal?
-Dejarla tres horas sin poder entrar en casa y pensando si le habría pasado algo, no contestó ni al teléfono ni a las llamadas en la puerta.
Pálido y desencajado, abre la puerta de la terraza para que entre su salvador, que trata de animarle, porque todo se ha resuelto sin problemas, luego se dirige a la puerta de la calle, y se da cuenta entonces del error cometido.
Mientras tanto, en el descansillo, con sendas tazas de tila, que una buena vecina trajo, su mujer y su hija tratan de calmarse, no resulta fácil. Han sido tres horas de angustia, de incertidumbre, esta vez las va a escuchar, ya está bien de “jaimitadas”
De pronto oyen como tímidamente la cerradura da vueltas. El rellano está totalmente ocupado por vecinos, policía, bomberos y personal sanitario, todos hablan animadamente dando su impresión sobre el caso, pero al oír ruido en la puerta callan y miran hacia allí.
Nuestro hombre aparece en la puerta compungido, con cara triste y dolida, los ojos bajos, su actitud conmueve y más todavía cuando dice con voz temblorosa:
-Ha sido un acto reflejo, no me di cuenta y además me quité el “zonotote”.
-Paquita, pégame, mátame, pero no te disgustes. Olga, y tú tampoco.
Y a todos ustedes, señores, les pido perdón por las molestias y les doy las gracias por su ayuda. Las dos mujeres olvidan sus palabras anteriores y le abrazan con ternura, los demás aplauden.
Una voz dice: ¿Qué tal un aperitivo aunque haya pasado la hora? Venga, contestan todos a coro.
Como epílogo, quiero decir que el hecho es real y que el “jaimito” es alguien muy querido para mí, aunque lo sea.
Pues me parece genial, que quieres que te diga, que eres una artista y que debes continuar escribiendo. Luego leo el resto que ahora tengo que salir, Besos
Así debía ser todo el mundo de optimista, no cabe duda que yo entonces llegaría a algo…